sábado, 3 de septiembre de 2011

II


Lo real ha devenido virtualidad; el mundo, hipermundo. El (in)soporte virtual adviene horizonte entre el ser y el no-ser.  La embriaguez generada por la virtualidad nos sume en un estado letárgico y ulterior olvido del mundo procurando una ruptura, una herida en la relación con el sí-mismo y el otro, per-virtiendo el siendo de la propia subjetividad. Extrañado de sí mismo, el hombre es impelido a un exilio lejano, en una ausencia que lo precipita al hipermundo anonadándolo respecto de lo humano, muy humano que posee: el cuerpo.
Las distancias se desvanecen y, paradójicamente, nos hallamos más alejados. En la fusión/confusión de lo cercano y lo distante que en la virtualidad se experiencia; en su caótica amalgama, se manifiesta un vacío en virtud de la carencia de cuerpo, que en cada caso somos nosotros mismos. El hombre se abandona al vértigo del hipermundo, se funde/confunde en su devenir vertiginoso, en la oscilación entre el siendo-ahí y el ya-no-siendo-ahí. Una ruptura en el siendo-en-el-mundo y, consiguientemente, en el siendo-con-otros acontece. “Si hasta no hace mucho estar presente era estar cerca, físicamente cerca del otro, en un cara a cara, un frente a frente, en donde el diálogo era posible por el alcance de la voz o de la mirada, la llegada de una proximidad mediática [...] parasita el valor de un acercamiento inmediato de los interlocutores, y esta súbita pérdida de distancia se refleja en el ser-ahí, aquí y ahora”[1].
El hipermundo ha “violentado” nuestra concepción de y nuestro cuerpo. La “corrupción” de nuestro siendo-ahí, el encontrarse a sí mismo en el otro ha padecido la irrupción de la técnica fáustica que impele a redimir al hombre de su existencia hic et nunc. Si existir es ser-siendo in situ, advenimos a una carencia corporal; es decir, a una “clausura” en la existencia que nos extraña del propio cuerpo y la otredad (¿advenimiento de una erótica de las distancias? Absurda e irrisoria literalidad).
La mirada portadora de valores, reflejo de la intimidad, ha devenido un mero ver pasivo, neutral, automatizado; un ver que sólo consume hasta el hartazgo cosificando aquello que es su objeto. El hipermundo, su exceso, su vértigo, generan ceguera, más aún, una visión de la no mirada. Las imágenes se suceden en un mero aparecer constituyendo el secuestro de la mirada en la ob-scenidad. El hipermundo, se-duce procurando un suicidio imperceptible de la mirada a partir del cual, escribe Kafka, devenimos “almas que ya no tienen ojos sino fosas oculares con las cuales escrutan, abren, conquistan; la visión perdida por la mirada indiscreta”. El aquí y ahora y el cuerpo abolidos en el ya-no-siendo-ahí del hipermundo, le sustrae a la mirada un rostro. Ya no hay un rostro al cual admirar. La admiración recae sobre una cabeza sin rostro, sobre ojos sin mirada, sobre un otro que posa y existe frente a la webcam.
No obstante, esta interacción que acontece en el hipermundo esculpe nuestra subjetividad y nuestro hipocuerpo, tal como lo hacía el cuerpo siendo-ahí y siendo-ahí-con-otros, pues el hombre, en tanto ser animal fracasado, hubo de remitirse a la τέχνη en una relación íntima. La endocolonización es antiquísima…, tan antigua como el hombre mismo.



[1] Virilio Paul, El arte del motor, Buenos Aires, Manantial, 1996, p.116.

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