jueves, 9 de junio de 2011

Hacia una cibernética poética

A la vera del arroyo, los perros encuentran su lugar. Vagabundos y desconocidos de sí mismos, se echan junto al fuego, donde el fogón reúne a otros que, como ellos, también son kunós. En silencioso convivium, anucleados al calor de la hoguera, perros y hombres hallan su hogar, que habrá de desvanecerse tan pronto como las brasas se apaguen. El fuego, como ocasión (lo presente, aquello que cae delante), convoca; desde su fuerza, interpela, y se deja oír. La saciedad, el chisporroteo, la acogedora singularidad del acontecimiento, invita a unos a la siesta, a otros al canto y al cuento. Consumidas las llamas, uno a uno los vagabundos se pondrán nuevamente en marcha, sin necesidad de despedirse.
El fuego se extingue, el foco de encuentro se proyecta (como pro-mesa) en tantos otros focus, siempre casual, siempre improvisado… desde la lejanía, desde la impresente presencia, el focus ya no convoca al convivium, sino a la comisión, envío conjunto en el que desde el encuentro se patentiza la ausencia. La ocasión de encuentro ya no urge el abrigo de las inclemencias del tiempo; y del focus en tanto locus sólo permanece la luz, como pulso último de transmisión para que el encuentro sea suscitado.
La convocatoria tácita del fogón se desvanece, y en la digitalidad es la pantalla quien acoge el encuentro; acoger mediado por un enfocar la vista, que no es más que un poner en foco. La pantalla como ocasión, pero también como soporte único del encuentro, y aún como desencuentro, fuga de todo soporte, dilución de toda presencia. El envío, carente de receptor y receptáculo que lo petrifiquen, es en principio proyector y navegante, y en todo caso amante del suspenso: pendiente en el u-topos, el envío, como pulso, late.
¿Qué es lo que, latiente, espera suspendido? ¿El delay imperceptible que implica el conducir el envío a través de no-espacios y no-lugares? ¿La orden de efectuarse a sí mismo como traducción? ¿O será acaso el movimiento envolvente y difuso de una escritura desbocada, desplazada de todo soporte, diversa, plural, siempre diferida, en fin, de una escritura sin sostén, insoportada?
La escritura que patentiza la palabra e ignora el vacío como su conquista y destino, olvida a su vez que en la web también se escurre el sí mismo, se desvanece el autor, desaparece la obra.
¿Cuál es, entonces, esta, nuestra experiencia de la escritura en la web? Escritura sin nombres, marcada por una ausencia siempre rebatida, siempre refutada, donde el autor es desplazado por la máscara, el como si, el avatar, y la identidad no es más que un juego; escritura que no piensa ya al lector, escritura para nadie porque lo es —potencialmente (pero también: con una potencia que tiende a efectivizarse)— para todos.
¿Qué implica este para todos? La web aparece como entramado pluridimensional de múltiples discursos, de diversas voces, sin por ello abarcarlos todos ni ceñirlos a unidad alguna. Por el contrario, la red se halla en constante creación y recreación de sí, vertiente escritural de decires que ora se enlazan y entrecruzan, ora se desestructuran como nodo para perderse y alejarse de sí. Pero aún esta palabra olvidada, en tanto envío lanzado y no recibido —no clausurado—, permanece latente, a la espera, quizás, de una recreación de la red.
La red nunca es igual a sí misma, porque en principio no hay tal red. El entramado no es más que un entramar, un traducir(se) constantemente, sin tregua, sin fin. La escritura-pulso, el texto-red huye de todo soporte, de toda violentación, incluso de toda nominación: decir “la red” equivale ya a apresar los procesos, a ocultar la operación de traducción detrás de cada carácter, de cada pixel, de cada nota musical… equivale, en definitiva, a olvidar que detrás de esta escritura escribiéndose no hay más que más escritura, no ya en la forma de la palabra, sino en la forma encubierta de un fondo, de un cursor, de un procesador de textos.
La web. Soporte infirmus, si es que lo hay. Enfermo y en todo caso inestable, siempre cambiante... ingobernable. Y sin embargo, sobre lo no-firme, es posible navegar. ¿Navegar poéticamente?
Aquel vacío que desgarrara una experiencia de la escritura desentendida ya, por fin, de todo sujeto escribiente, aquel vacío que susurrara constantemente esa no presencia, constata en su incansable persistencia que las amarras que otrora nos sujetaran a tierra firme ya no ligan a puerto alguno, y que hace tiempo que nos mantenemos a la deriva.
Desde las profundidades del abismo, lo no pensado acecha, latiente.

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