sábado, 3 de septiembre de 2011

Mamosferología

Así las cosas –emergencia o subterfugio del soporte virtual como cartografía atmosférico-neuronal o barrido de un colchón de hojas o espuma del mundo-, embargan el cuerpo un presentimiento entrañado, un aire extraño y, desde luego, una palabra pixelada, rígida, angulosa, palabra extranjera y hostil, obligada a decir allí donde el decir se dice insuficiente y procura su deleteo.
Palabra hostigada, forzada a no rebasar sus márgenes, sus confines, sus aristas; palabra que, no obstante, se ofrece al oficio de bordear, alisar, elidir: la palabra dirá (y querrá decir) conforme se ensayará con ella una travesía o una travesura o una mudanza (μετα-φορή).
¿Qué es la piel sino el declive de la distancia, la instalación del encuentro, el signo de la permeabilidad, la intemperie de una red porosa?
La piel es, ante todo, el órgano del alojamiento, la recepción, el abrigo; la herramienta de la hospitalidad –disipación fugaz del exilio y la lejanía.
Para la palabra extranjera, exigir tregua o inmunidad: que el soporte tenga a bien soportar el rumor de un lenguaje ajeno a su siseo evanescente; que se deje decir por un lenguaje desmañado que nunca sabrá decidir, elucidar o traducir la cifra o la diferencia de su inalámbrica maraña.
Y para la metáfora, reclamar espacio y pliegue, oquedad y rugosidad: que el cuerpo procure una comunidad de signos –una vecindad para la mudanza o un vecindario para la travesura.
Será entonces el soporte ninguna otra cosa que una teta.
O, antes bien, dos tetas: puesto que la teta no acontece sino de a pares y en pareja; repetición orgánica, mímesis glandular o duplicación epidérmica, dos veces la superficie alisada, el pliegue tubular, el anudamiento rugoso; duplicidad o redoblamiento que configura un conjunto conforme presagia un doblez.
Entonces, en las tetas, de por sí disyuntivas (y desde luego, plácidamente disyuntivo-inclusivas), o bien entre las tetas o también sobre las tetas (léase: ya el seno, ya el escote), conjunción: conjunción de la producción de leche y de miradas, aleación de la elaboración de nutrientes y de contornos –coligadura de indigencia y erotismo, imbricación de necesidad y deseo.
Teta es la voz de la madre que elide el palabreo y habla a la desnudez del cuerpo filial cuyo pendular sostiene. En tal sentido, leche es antes un código de calcificación y una gramática de humanización que el flujo de la ley del taxón o un mandato de clase (“mamíferos, ¡a mamar!”).
La voz de la madre, modulada y decodificada, deviene lengua materna. Esto es: la leche prefigura la palabra mientras la criatura es dicha mamona, lactante, infante. Ahora bien, franqueada la experiencia del destete, el flujo sufre una torsión de sentido, una inversión quiral, un doblez siniestro: la criatura procura balbucirse, palabra embarrada de mocos, intemperante o intempestiva, máquina de palabrear y moquear que presiente la inmanencia de las tetas, tan imperceptible como irrebasable, mamósfera que no ha de decirse sino simplemente palparse o morderse –carnosa usina de deseo carnal y crueldad descarnada.
La mamósfera, antaño vaporizada o electrificada o atomizada, produce el siglo XXI en orden a un enigmático, ambicioso, irresoluble proyecto de virtualización: cuerpos atravesados por espectros, ausencias semiderruidas por simulacros, tiempos acelerados por imágenes.
La comunidad de cuerpos procura una inmunidad de momento pendiente; cohabitar con la interferencia, negociar con el ruido, sumergirse en la resaca prorrogan la tarea de la gran salud, y espolean el terror de un cuerpo confuso, sobrecargado, oblicuo, revertido –resacosos presagios en la arena, artilugios de silicato o silicona, polisemia virológica, terror del cangrejo.
No obstante, la mamósfera se desplaza, en su conjunto y de manera relativamente integral, hacia la concreción de un refinamiento del tacto, proyecto subrepticio que se propone intensificar la intensidad o la permeabilidad de la piel ante el roce antinómico de lo intangible, e imbricar lo táctil allí donde el ojo construye distancia o el oído miente contigüidad o la piel evidencia soledad.
Finalmente, soñar una palabra, en principio, insoportable: huésped patológico para el soporte. Luego, la palabra insoportada: extranjera, irreductible, libre de cualquier soporte. Y por fin, ninguna palabra – es (no) decir, aquello que fuga tras la palabra última: fuerza, cuerpo, deseo.

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